EL ABRAZO MÁS INTENSO
F. se volvió a Las Palmas el lunes por la mañana. En cuestión de horas el cuadro clínico de su padre de complicó con un virus hospitalario y una neumonía. Y murió de madrugada. El martes por la mañana F. voló de vuelta. Día de tanatorio y continuas visitas, día en el que aún estás que no te lo crees, en el que tienes que ocuparte de preparativos fúnebres desagradables, día en el que ves a todo el mundo a la vez. Debe ser un día de presión física y mental avasalladora. Intenté pasar con F. muchas horas. Fui después de trabajar, como a las 4:15 y me quedé hasta casi las 9. Me costó no llorar delante de su madre, me tuve que ir en una ocasión al W.C. porque se me saltaban las lágrimas. Algo más tarde también fue difícil controlarme cuando su madre le definió como “mi hombre durante 48 años, porque era mi hombre”. No pude abrazar a F. como deseaba. Aún está pendiente, porque lo hice al día siguiente en el cementerio aunque no con la duración que necesitábamos. En la incineración ya no pude contenerme y lloré un poco dentro y fuera. Lloraba por la madre de F., que empieza una etapa vital que le va a costar mucho. Y lloraba por F. que lo ha pasado muy mal y ahí estaba haciendo de tripas corazón, manteniendo el tipo. Cuando le miré a sus ojos azules preciosos y grandes tan tristes no pude aguantar las lágrimas y le contagié. Ahí fue cuando nos abrazamos. Nos hemos abrazado cientos de veces, pero ese fue distinto, fue el más intenso hasta ahora. Su hermana también me provocaba mucha tristeza, pero nunca he hablado con ella...
No conseguimos aceptar la muerte, sabiendo desde siempre que nos va a llegar, que tenemos toda la vida para prepararnos para la nuestra y para la de los demás. La muerte de personas mayores la deberíamos tener asumida, sobre todo cuando se producen de manera natural y no hay sufrimiento. Pero ni esas. Se van y se va con ellos una parte de nuestra vida. Nos aferramos a nuestra vida y a la de los demás aunque a menudo nos quejemos de ella, quizás porque no tenemos otra. Supongo que la mayoría creemos en una vida posterior, que no puede ser peor que esta, que justifique nuestro paso por aquí. Por si acaso no existe, tenemos que disfrutar al máximo de lo que tenemos. Esto podría ser todo lo que hay. La vida sigue, la vida somos todos los que quedamos que formamos una sola.
Tras la cremación le pregunté a R. donde le gustaría que esparciesen sus cenizas. No lo sabe. Yo tampoco. Hay que pensarlo y dejarlo dicho. Espero que nos quede mucho tiempo para decidirlo. Parece que si las cenizas se unen al aire, o al mar nos fundimos con la madre naturaleza de una manera más limpia y rápida que si nos corrompemos en el ataúd, ¿no?
Mañana viernes espero estar con F. a solas, abrazarle mucho, más que nunca.
F. se volvió a Las Palmas el lunes por la mañana. En cuestión de horas el cuadro clínico de su padre de complicó con un virus hospitalario y una neumonía. Y murió de madrugada. El martes por la mañana F. voló de vuelta. Día de tanatorio y continuas visitas, día en el que aún estás que no te lo crees, en el que tienes que ocuparte de preparativos fúnebres desagradables, día en el que ves a todo el mundo a la vez. Debe ser un día de presión física y mental avasalladora. Intenté pasar con F. muchas horas. Fui después de trabajar, como a las 4:15 y me quedé hasta casi las 9. Me costó no llorar delante de su madre, me tuve que ir en una ocasión al W.C. porque se me saltaban las lágrimas. Algo más tarde también fue difícil controlarme cuando su madre le definió como “mi hombre durante 48 años, porque era mi hombre”. No pude abrazar a F. como deseaba. Aún está pendiente, porque lo hice al día siguiente en el cementerio aunque no con la duración que necesitábamos. En la incineración ya no pude contenerme y lloré un poco dentro y fuera. Lloraba por la madre de F., que empieza una etapa vital que le va a costar mucho. Y lloraba por F. que lo ha pasado muy mal y ahí estaba haciendo de tripas corazón, manteniendo el tipo. Cuando le miré a sus ojos azules preciosos y grandes tan tristes no pude aguantar las lágrimas y le contagié. Ahí fue cuando nos abrazamos. Nos hemos abrazado cientos de veces, pero ese fue distinto, fue el más intenso hasta ahora. Su hermana también me provocaba mucha tristeza, pero nunca he hablado con ella...
No conseguimos aceptar la muerte, sabiendo desde siempre que nos va a llegar, que tenemos toda la vida para prepararnos para la nuestra y para la de los demás. La muerte de personas mayores la deberíamos tener asumida, sobre todo cuando se producen de manera natural y no hay sufrimiento. Pero ni esas. Se van y se va con ellos una parte de nuestra vida. Nos aferramos a nuestra vida y a la de los demás aunque a menudo nos quejemos de ella, quizás porque no tenemos otra. Supongo que la mayoría creemos en una vida posterior, que no puede ser peor que esta, que justifique nuestro paso por aquí. Por si acaso no existe, tenemos que disfrutar al máximo de lo que tenemos. Esto podría ser todo lo que hay. La vida sigue, la vida somos todos los que quedamos que formamos una sola.
Tras la cremación le pregunté a R. donde le gustaría que esparciesen sus cenizas. No lo sabe. Yo tampoco. Hay que pensarlo y dejarlo dicho. Espero que nos quede mucho tiempo para decidirlo. Parece que si las cenizas se unen al aire, o al mar nos fundimos con la madre naturaleza de una manera más limpia y rápida que si nos corrompemos en el ataúd, ¿no?
Mañana viernes espero estar con F. a solas, abrazarle mucho, más que nunca.
2 comentarios:
me encanta tu nick. mucho por leer y poco tiempo para ello, pero me volveré a pasar por aquí.
saludos.
El dolor de la muerte es inevitable y duradero. Pero en el momento de las pérdidas los abrazos sentidos siempre se agradecen.
Sobre la incineración y demás. Yo dejé las cenizas de dos seres queridos en el mar. Justamente con la creencia de que somos agua, aire y cuerpo y eso debe reintegrarse a la naturaleza.Pero hay algo del proceso del entierro que no queda completo con este tipo de actos. Sé que es un algo simbólico, aunque no me arrepiento de haberlos dejado en el mar, en momentos sentí que me hacía falta una tumba sobre la cual llorar.
Un abrazo,
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