Ayer fue uno de esos días redondos. Primero: tengo trabajo. Empiezo el 1 de septiembre en un colegio que parece estar bien. Me llamó la directora a las 2 y me entrevistó por teléfono. No tenía tiempo para más porque salía de vacaciones ya, después de comer. El profe de inglés de la ESO se le marchaba de repente y se había quedado colgada. Mi experiencia y mis referencias le bastaron para contratarme de palabra. Es un colegio concertado, con jornada continua, pequeño, donde seré el profe de ocho grupos de 1º a 4 º de ESO. Buen horario: jornada continua; acabar las clases todos los días a las 2:30 es un lujazo. En fin, que estoy muy contento. Espero que sea un buen cole y quedarme ahí mucho tiempo, quizás siempre. Menuda tranquilidad que tengo ahora en el cuerpo. Ya pensaba que me iba a Estados Unidos sin haber encontrado nada, con remordimiento por haberme precipitado al decidir ir allí y no a un sitio más barato. Temía que ello no me dejase disfrutar al máximo de mis vacaciones. Ahora, ¡a disfrutar!
Segundo: el concierto de Burt Bacaharach de anoche. Precioso, entrañable, emocionante, sencillo, inolvidable… Salió despacio, en vaqueros, zapatillas de deporte y chaqueta azul marino, recibido por el público en pie. Ya nos tenía ganados, ya forma parte de nuestras vidas, de nuestra memoria colectiva. Teníamos mucho que agradecerle independientemente de lo que hiciese anoche. Por eso le recibimos así directamente. Le acompañaban siete músicos y tres cantantes. Era la última noche de su gira europea. Empezó con Don’t Make Over, la primera canción que le hicieron a Dionne Warwick, que abrió un popurrí tras el que nos preguntábamos que iba a dejar para luego. El repertorio fue sobre todo eso, popurrís de canciones perfectas, dando más cancha a algunas que a otras. Extraña que I Say A Little Prayer no fuese de las canciones que fueron interpretadas solas y enteras, ya que digamos es la quitaesencia de Bacharach, pero se entiende que probablemente debe estar harto de que sea la que más le pidan y él quiera dar más cancha a otras que a lo mejor le gustan más. Y, a estas alturas, a sus más de ochenta años, cuando quizás sea su última gira, el hombre debe tocar lo que le salga de los mismísimos. Él es el compositor más importante de la música pop americana. Que haga lo que quiera. Los fans tenemos menos derechos a exigir de lo que creemos. Para mí sus melodías son las mejores del mundo, ni Johnny Marr, ni las de Abba, ni nada. Obras de arte de tres minutos. Él prefiere tocar The Look Of Love entera en vez de I Say A Little Prayer. Si quiere tocar completa una canción nueva, pues claro que sí (Every Other Hour), y mucho más si es buena. Uno de los mejores momentos fue God Give Me Strength, su canción principal de las que compuso con Elvis Costello. Dijo Wilde que al público no hay que darle lo que pide. Yo creo que el artista tiene que satisfacerse a sí mismo sobre todo, y si luego nosotros lo estamos pues mucho mejor. Los tres cantantes hicieron un gran trabajo, así como el resto, destacando el trompetista. Bacharach siempre fue más de viento que de cuerda. Se atrevió a cantar dos canciones, con su vocecilla avejentada, encandilándonos al primer acorde. Y digo se atrevío porque Alfie no es nada fácil de cantar.
Un punto negativo: parte del público, supongo que invitados, que no hacían más que salir a comprar minis de cerveza. Coñó, que estamos en un concierto irrepetible, en un entorno impagable (la Casa de Campo, las estrellas, el Palacio de Oriente a la izquierda), un poco de respeto por los que queremos ver y escuchar como Dios manda.
Su última canción de anoche antes del bis fue Any Day Now. Es la única que grabó Elvis, pero la original es de Chuck Jackson, que además tiene ese órgano tan chulo.
Segundo: el concierto de Burt Bacaharach de anoche. Precioso, entrañable, emocionante, sencillo, inolvidable… Salió despacio, en vaqueros, zapatillas de deporte y chaqueta azul marino, recibido por el público en pie. Ya nos tenía ganados, ya forma parte de nuestras vidas, de nuestra memoria colectiva. Teníamos mucho que agradecerle independientemente de lo que hiciese anoche. Por eso le recibimos así directamente. Le acompañaban siete músicos y tres cantantes. Era la última noche de su gira europea. Empezó con Don’t Make Over, la primera canción que le hicieron a Dionne Warwick, que abrió un popurrí tras el que nos preguntábamos que iba a dejar para luego. El repertorio fue sobre todo eso, popurrís de canciones perfectas, dando más cancha a algunas que a otras. Extraña que I Say A Little Prayer no fuese de las canciones que fueron interpretadas solas y enteras, ya que digamos es la quitaesencia de Bacharach, pero se entiende que probablemente debe estar harto de que sea la que más le pidan y él quiera dar más cancha a otras que a lo mejor le gustan más. Y, a estas alturas, a sus más de ochenta años, cuando quizás sea su última gira, el hombre debe tocar lo que le salga de los mismísimos. Él es el compositor más importante de la música pop americana. Que haga lo que quiera. Los fans tenemos menos derechos a exigir de lo que creemos. Para mí sus melodías son las mejores del mundo, ni Johnny Marr, ni las de Abba, ni nada. Obras de arte de tres minutos. Él prefiere tocar The Look Of Love entera en vez de I Say A Little Prayer. Si quiere tocar completa una canción nueva, pues claro que sí (Every Other Hour), y mucho más si es buena. Uno de los mejores momentos fue God Give Me Strength, su canción principal de las que compuso con Elvis Costello. Dijo Wilde que al público no hay que darle lo que pide. Yo creo que el artista tiene que satisfacerse a sí mismo sobre todo, y si luego nosotros lo estamos pues mucho mejor. Los tres cantantes hicieron un gran trabajo, así como el resto, destacando el trompetista. Bacharach siempre fue más de viento que de cuerda. Se atrevió a cantar dos canciones, con su vocecilla avejentada, encandilándonos al primer acorde. Y digo se atrevío porque Alfie no es nada fácil de cantar.
Un punto negativo: parte del público, supongo que invitados, que no hacían más que salir a comprar minis de cerveza. Coñó, que estamos en un concierto irrepetible, en un entorno impagable (la Casa de Campo, las estrellas, el Palacio de Oriente a la izquierda), un poco de respeto por los que queremos ver y escuchar como Dios manda.
Su última canción de anoche antes del bis fue Any Day Now. Es la única que grabó Elvis, pero la original es de Chuck Jackson, que además tiene ese órgano tan chulo.
1 comentario:
Mi enhorabuena más entusiasta.
A veces lo de Hoy puede ser un gran día es una realidad...
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